Hubo una época en la que comer pan blanco era de ricos, ¿por qué? ¿Qué sentido tiene comer un pan mucho menos sabroso y nutritivo cuando te sobra el dinero?
Cuándo empezó todo.
La evidencia más antigua de fabricación de pan tiene 14.000 años de antigüedad y se encontró en Jordania.
Estos primeros panes de oriente medio eran totalmente integrales, se elaboraban con semillas de grano entero.
¿Cuándo aparece el pan blanco?
La historia del pan blanco se remonta al tiempo de los antiguos egipcios, hace 5000 años, cuando se empezó a tamizar la harina que servía para hacer los panes y tortas.
Este proceso de refinamiento se hacía a mano, con telas o cedazos de caña, por lo que era tan costoso que solo la realeza se podía permitir «pagarlo».
Ese refinamiento, no solo hacía la harina más blanca, sino que además, la limpiaba de pequeñas piedras y trozos de paja.
La tecnología utilizada en aquella época no era demasiado «fina» y la harina obtenida debía ser, como mucho, semiintegral, nunca blanca.
Este fue el primer paso hacia lo que después conoceríamos como PAN BLANCO.
Los cambios del siglo 19.
Esta antigua forma de refinamiento siguió cambiando y mejorando durante muchos años.
Pero no fue hasta finales del siglo 19 cuando los avances tecnológicos dieron un vuelco al sistema de refinamiento de harinas.
Con la llegada de la mecanización y los molinos de cilindros, el proceso de refinamiento empezó a resultar más fácil y rápido, provocando una bajada de precio.
¡Por fin el pan blanco no era cosa de ricos y reyes!
Con el refinamiento se extrae el germen del cereal, la parte que más aceites contiene. Esto provoca dos cosas: una bajada sustancial del poder nutricional de la harina y el aumento de su vida útil.
Y nos acostumbramos a lo blanco, suave y esponjoso.
La gente quería «el pan de ricos», un deseo que trascendió de generación en generación. Pues bien, después de 5000 años, las clases medias y bajas ya podían degustar de forma diaria el oro blanco. Aleluya.
¿Te imaginas el cambio tan radical que debe ser, después de toda una vida, comiendo pan integral, denso y pesado, degustar un pan ligero, suave y esponjoso? Para aquella gente debió ser como comer un jugoso brioche.
Y con el pan blanco llegaron los problemas.
Pero que sea rico no quiere decir sano.
Lógicamente, los panes blancos tienen muchos menos nutrientes. Algunos estudios revelan que este cambio en la alimentación produjo una reducción de la ingesta de tiamina (vitamina B1) del 66% en los EEUU. Y esto es solo un ejemplo.
Este bajón nutricional de la población provocó un enorme aumento de enfermedades como la pelagra, beriberi y síndrome de Korsakoff.
Y volvemos al principio: el pan integral.
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Para «devolver» la salud a la población, algunos países empezaron a añadir fortificantes a la harina. Por ejemplo: en 1941, el gobierno de EEUU obligó a añadir a la harina niacina, tiamina, hierro y riboflavina.
Así mismo, desde 2016, en Australia es obligatorio fortificar la harina de trigo con ácido fólico y tiamina.
En fin, se intenta devolver a la harina todo aquello que le hemos quitado.
El siguiente paso «lógico» ya se está produciendo: EL RESURGIR DEL PAN INTEGRAL. El camino ha sido largo, pero la ciencia y la razón nos han llevado por el mejor camino: el de la salud.
¡Queremos pan integral!
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Cuando el pan blanco era de ricos. Conclusión.
¿Por qué separar las partes de la harina como si fuera un puzle para después volverlas a juntar? No tiene sentido, hoy lo sabemos.
Pero nuestros ancestros no sabían nada de tiaminas y riboflavinas, solo querían que el pan fuera lo más suave y tierno posible (y sin piedritas). Así que, no les guardemos rencor, ¿ok?
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